Después de tantos días sin escribir, me alegra poder hacerlo para contar buenas noticias e imprimir en cada palabra unas buenas dosis de felicidad y optimismo. Tenía miedo del fin del verano ya que eso suponía empezar las clases y con ello mi vida de estudiante independizada. Temía echar de menos a mi familia y perder toda la fortaleza que tanto me había costado conseguir en el último mes.Sin embargo, una vez más, me sorprendí a mi misma y pude ser capaz de comer los tápers sola, sin nadie delante para controlarme.Yo misma, contra el bicho, sin nadie más que nosotros. Comer sin nadie vigilándome fue un gran reto. Bicho es cada vez más pequeño y yo más grande. Pude vencer sus pensamientos irracionales, no tirar la comida a la basura, no caer en sus trampas que antes conseguían engañar a los de mi alrededor y lo peor, a mi misma.Cuando miro hacia atrás me cuesta reconocerme a mi misma, me duele ver a donde llegué y cómo me deje arrastrar por él. Pero a la vez me enorgullece ver mis avances y mis logros. Cojo el móvil y me encuentro una nota antigua en la que tuve que apuntar lo que comía para enseñarselo a mi psicóloga. Me quedo boquiabierta mientras leo que viví un día desayunando una manzana, comiendo una tortilla francesa de un huevo y cenando un tomate con lechuga. Me cuesta creer que esa Cris sea la misma que hoy es capaz de enfrentarse a una taza de cola cao con cereales, a la pasta, al arroz, a la carne, al pan, al chocolate.No somos las mismas, una de ellas no era yo. Bicho había conseguido atraparme, robarme mi vida hasta el punto de anular toda mi racionalidad, me creía todas sus mentiras, vivía para obedecer sus ordenes. Creía que lo que él me decía era lo correcto, que si no le hacía caso me iba a poner gorda como una foca. Creía que él era bueno porque conseguía que cada vez tuviese menos hambre, que me costase menos renunciar a la comida, que estuviese más cerca de conseguir adelgazar mis piernas. Él consiguió dominarme, hasta el punto de que mi cuerpo no me daba órdenes de que algo estaba yendo mal. No me sentía cansada a pesar de comer cada vez menos y hacer cada vez más deporte.No tenía hambre, era como si mi cuerpo no necesitara comida para seguir funcionando. Ojalá hubiese podido darme cuenta de la mentira en la que vivía, ojalá hubiese podido ser consciente del daño físico y psicológico que estaba sufriendo. Me pasaba las 24 horas del día pensando en él, me dejaron de importar las cosas que antes me hacían feliz. Ya no quería salir con mis amigos ni con mi novio, sólo me importaba seguir su mandato que cada vez era más duro y exigente. Él me decía que si seguía sus instrucciones, conseguiría un cuerpo mejor y me enseñaba lo bien que lo hacía cada vez que me probaba ropa y me quedaba grande, cada vez que alguien me decía: " ¡Cómo adelgazaste!" y yo me sentía cada vez más feliz y cada vez quería más, quería seguir a su lado porque creía que él me había cambiado a mejor, que había conseguido que odiase las comidas calóricas, que había logrado que dejase de comer todo lo que antes comía y que me engordaba,que me había convertido en una persona más sana y DELGADA. Cada vez pesaba menos. Los kilos se iban de mí, me sentía feliz al verlo pero no era una felicidad verdadera porque era efímera. No me sentía satisfecha, quería más, seguí adelgazando en busca de la felicidad completa, sin darme cuenta de que todo lo que estaba renunciaba para llegar hasta ella, eran la verdadera felicidad.Y no fue hasta que me dí un golpe duro contra el suelo cuando descubrí que me había caído. Empecé a escuchar la voz que se había apagado, la voz de mi interior que me recordó que seguía viva. Empezaron los duelos, la lucha entre la cordura y la locura. ¿ Qué me estaba pasando? ¿ Quién mentía? Mi mundo se desplomaba y yo tenía que reconstruirlo. Fue un proceso lento y complicado. Empecé a escribir cada vez que conseguía identificar los pensamientos contaminados por el bicho. Cada vez que se repetían solo tenía que leerlos para poder ver lo absurdos que eran. Podía atraparlos. Hice una lista de cosas que había perdido por su culpa y la leía antes de cada comida. Recuerdo lo terrible que era para él escuchar "albóndigas", " tortilla", " spaguettis", me hacía creer que yo odiaba esas comidas, cuando quien las temía era él. Al principio hacía que no disfrutase de ellas, que cada mordisco fuese el mayor reto y angustia. Me provocaba ansiedad. Me hacía sentirme culpable, las cantidades que toleraba eran mínimas, pero conseguí poco a poco hacerlo porque sabía que para acabar con el bicho tenía que alimentarme ya que así cogería las fuerzas necesarias para destruirle. Y fue entonces cuando comprendí que yo no tenía miedo a comer, que era él quien creaba ese miedo para hacerse fuerte. Poco a poco fui normalizando la comida y poco a poco pude volver a disfrutar de ella. ¿CÓMO PUDO CONSEGUIR QUE ODIASE EL CHOCOLATE SI ME ENCANTA? ¿ Cómo pudo engañarme de esa manera? Él anulaba el placer de mi vida para hacer que estuviese triste y de esa manera fuese más débil y pudiese dominarme mejor. Ahora que estoy recuperando todo lo que me había robado, ahora que puedo disfrutar de la comida, de mis amigos, de mi familia, de mi pareja, me doy cuenta de todos sus engaños.
El camino hacia la recuperación no siempre es sencillo, hay momentos en los que el bicho obstaculiza tus pasos pero tan sólo hay que saber cómo esquivarlo! A veces para poder alcanzar una meta hay que pasar por etapas que no nos gustan. Os aseguro que empezar a comer no fue nada sencillo, que tras cada comida sufría una hora de remordimientos y angustia, pero aguantándolo fue como conseguí que cada vez esos momentos durasen menos y que cada vez la felicidad fuese mayor. El sufrimiento merece la pena, no te rindas, hay salida.
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